Es curioso: despierta inquietud y asombro la actitud del público en relación con la fanática y desbordante manera en que siguen, apoyan y hasta veneran a Franco Colapinto.
Aguardan cualquier movimiento del piloto —por más pequeño o ínfimo que sea—, dado que les sirve para adorar y honrar su imagen. Es muy extraño el comportamiento, y singularmente notorio.
Por ejemplo, si en pista sucede algo que merezca ser resaltado, no sé cómo ni por qué, pero los fans aparecen frente al box coreando su nombre.Si el día no es bueno y el humor de Franco está en picada —porque los tiempos no salen o Gasly es más rápido—, nadie se distingue y todo sigue su curso, esperando que la aguja que mide estas cosas tenga una excusa para reaparecer en otro momento.
Interlagos, como sucediera el año pasado, será el termómetro de la pasión criolla, que podrá expresarse por ser la cita más cercana a casa.

Estos preámbulos de marketing y comunicación, que en San Pablo tomarán más fuerza, son los escalones y pasos previos que permiten ascender hacia la cumbre que otros avizoran. El objetivo es tener el Gran Premio en Buenos Aires. Mientras antes se pueda, mejor.
Hay países que sobreviven organizando carreras sin ídolos locales, pero ese no sería nuestro caso.
Las ediciones que en la década del 90 se pusieron en escena bajo esas características resultaron un fracaso que dejó en bancarrota a quienes tomaron la decisión de llevar la F1 cerca del Obelisco. Después de años de afrontar deudas, recapacitaron y se rindieron.
No somos como los estadounidenses, los australianos o los japoneses. Nosotros tenemos que idolatrar a alguien. De lo contrario, la gente no va. Así funciona nuestra idiosincrasia; por eso hay premura en avanzar. Necesitamos tener un paradigma. En la edición del ’98 apareció Esteban Tuero, pero la suerte estaba echada.
Colapinto, garantía de taquilla
Colapinto es garantía de taquilla más allá del resultado deportivo, pero Argentina es tan especial que, como dijera un viejo dirigente, seguramente las entradas se agotarán antes de ser puestas a la venta. Daba a entender que no somos confiables y que el GP generará más suspicacias y beneficios para unos pocos que para el resto en general.
Para recuperar el evento hay que arrancar prácticamente de cero. Siempre hay plata en nuestras administraciones para este tipo de actividades: pan y circo son los pilares de políticas arbitrarias y populistas. De derecha o de izquierda, siempre el paradigma es ilusionar al votante con discursos y acciones que justifican intentar poner al país en la vidriera. Eso es seductor para el Estado.

Ahora bien, si Madrid invirtió miles de millones y su alcaldesa viajó a Austin para observar in situ cómo se hace todo esto —debido a que debutan como plaza el próximo año—, ¿quién sería yo para poner en tela de juicio que en Capital Federal se trabaje detrás del mismo fin, aunque con argumentos menos solidarios?
En España ya han expresado su descontento sectores más conservadores, que obligaron a las autoridades a decir que el Estado no invertirá un solo duro en la carrera. Pero, obviamente, no les creen.
Apoyados en la teoría que tanto manipulan los políticos —en Argentina también, obvio—, ya cuentan los beneficios que dejará en los bolsillos de las empresas de servicios el evento y la millonada de divisas que afectará de manera positiva a la capital española (o a la nuestra cuando empiecen los trabajos y los anuncios), además de la fuerte cuota de crecimiento turístico, que es la excusa menos temeraria y más justificable.
Si bien en muchas cosas estamos en desventaja y no copiamos a los territorios desarrollados, en esto del discurso como referencia para justificar gastos somos mejores que ellos.
Porque, por lo menos, Isabel Díaz Ayuso, cuando es abordada para que dé explicaciones sobre la inversión, al menos se pone colorada y le avergüenza tener que decir lo que no todos comparten.Acá no gesticulan, y la convicción con que te venden el proyecto es admirable.
Ya comenzaron —no las obras, pero sí las divisiones y discusiones por el manejo del dinero—.Hay una primera partida de 100 millones de dólares, y las pirañas revolotean en aguas turbias para devorarse semejante presupuesto, con el fin de darle bandera verde a la esperanza, que si bien tiene ese color, seguramente irá perdiéndolo cuando se ponga en marcha el emprendimiento.
Es curioso: despierta inquietud y asombro la actitud del público en relación con la fanática y desbordante manera en que siguen, apoyan y hasta veneran a Franco Colapinto.Aguardan cualquier movimiento del piloto —por más pequeño o ínfimo que sea—, dado que les sirve para adorar y honrar su imagen. Es muy extraño el comportamiento, y singularmente notorio.Por ejemplo, si en pista sucede algo que merezca ser resaltado, no sé cómo ni por qué, pero los fans aparecen frente al box coreando su nombre.Si el día no es bueno y el humor de Franco está en picada —porque los tiempos no salen o Gasly es más rápido—, nadie se distingue y todo sigue su curso, esperando que la aguja que mide estas cosas tenga una excusa para reaparecer en otro momento.Interlagos, como sucediera el año pasado, será el termómetro de la pasión criolla, que podrá expresarse por ser la cita más cercana a casa.Estos preámbulos de marketing y comunicación, que en San Pablo tomarán más fuerza, son los escalones y pasos previos que permiten ascender hacia la cumbre que otros avizoran. El objetivo es tener el Gran Premio en Buenos Aires. Mientras antes se pueda, mejor.Hay países que sobreviven organizando carreras sin ídolos locales, pero ese no sería nuestro caso.Las ediciones que en la década del 90 se pusieron en escena bajo esas características resultaron un fracaso que dejó en bancarrota a quienes tomaron la decisión de llevar la F1 cerca del Obelisco. Después de años de afrontar deudas, recapacitaron y se rindieron.No somos como los estadounidenses, los australianos o los japoneses. Nosotros tenemos que idolatrar a alguien. De lo contrario, la gente no va. Así funciona nuestra idiosincrasia; por eso hay premura en avanzar. Necesitamos tener un paradigma. En la edición del ’98 apareció Esteban Tuero, pero la suerte estaba echada.Colapinto, garantía de taquillaColapinto es garantía de taquilla más allá del resultado deportivo, pero Argentina es tan especial que, como dijera un viejo dirigente, seguramente las entradas se agotarán antes de ser puestas a la venta. Daba a entender que no somos confiables y que el GP generará más suspicacias y beneficios para unos pocos que para el resto en general.Para recuperar el evento hay que arrancar prácticamente de cero. Siempre hay plata en nuestras administraciones para este tipo de actividades: pan y circo son los pilares de políticas arbitrarias y populistas. De derecha o de izquierda, siempre el paradigma es ilusionar al votante con discursos y acciones que justifican intentar poner al país en la vidriera. Eso es seductor para el Estado.Ahora bien, si Madrid invirtió miles de millones y su alcaldesa viajó a Austin para observar in situ cómo se hace todo esto —debido a que debutan como plaza el próximo año—, ¿quién sería yo para poner en tela de juicio que en Capital Federal se trabaje detrás del mismo fin, aunque con argumentos menos solidarios?En España ya han expresado su descontento sectores más conservadores, que obligaron a las autoridades a decir que el Estado no invertirá un solo duro en la carrera. Pero, obviamente, no les creen.Apoyados en la teoría que tanto manipulan los políticos —en Argentina también, obvio—, ya cuentan los beneficios que dejará en los bolsillos de las empresas de servicios el evento y la millonada de divisas que afectará de manera positiva a la capital española (o a la nuestra cuando empiecen los trabajos y los anuncios), además de la fuerte cuota de crecimiento turístico, que es la excusa menos temeraria y más justificable.Si bien en muchas cosas estamos en desventaja y no copiamos a los territorios desarrollados, en esto del discurso como referencia para justificar gastos somos mejores que ellos.Porque, por lo menos, Isabel Díaz Ayuso, cuando es abordada para que dé explicaciones sobre la inversión, al menos se pone colorada y le avergüenza tener que decir lo que no todos comparten.Acá no gesticulan, y la convicción con que te venden el proyecto es admirable.Ya comenzaron —no las obras, pero sí las divisiones y discusiones por el manejo del dinero—.Hay una primera partida de 100 millones de dólares, y las pirañas revolotean en aguas turbias para devorarse semejante presupuesto, con el fin de darle bandera verde a la esperanza, que si bien tiene ese color, seguramente irá perdiéndolo cuando se ponga en marcha el emprendimiento.

