Instalado en el calendario, el Challenger de Buenos Aires cumple 10 años en esta temporada. Es un torneo que se ha convertido en una tradición en este segmento del año, en un escenario particular también como lo es el Racket de Palermo. Son muchos los nombres locales, pero también los extranjeros que han formado parte de sus cuadros. En algún momento, por allí desfilaron nombres como Diego Schwartzman, Casper Ruud, Damir Dzumhur, Jaume Munar, Cristian Garin, Federico Delbonis, Sebastián Báez y hasta el británico Kyle Edmund, el primer campeón, en 2015, que en el polvo de ladrillo porteño encontró la recete para prepararse para la final de Copa Davis que su país ganaría unas semanas después.
El Challenger ha logrado colgar en sus últimas tres funciones el cartelito de “entradas agotadas”. En buena parte de sus jornadas la tubular lateral se mostró casi colmada, con una cantidad de público inusual para un torneo de este nivel. “Tenemos reuniones con la ATP y cuando vinieron se mostraron muy sorprendidos con la convocatoria. En estos diez años, ha ido creciendo y posicionándose como un torneo que la gente valora, que tiene buena respuesta del público. Con excepción del miércoles, que fue un día con frío, hemos tenido casi todo lleno, con el cartel de sold out”, cuenta Gabriela Larrosa, directora del torneo, desde una de las mesas del restorán del club house, muy cerca del court central.

El torneo fue iniciado por Mariano Ink en 2015, y dos temporadas después el grupo Torneos asumió la organización y producción de una prueba que ha cumplido 10 años. Conviene destacar que, si una década de acción puede representar poco tiempo en el rango mayor de los ATP, es un número apreciado en el volátil circuito de los Challengers, donde muchas veces una sede no dura más de una o dos temporadas. Pero, en ese contexto, el de Buenos Aires parece mostrar bases firmes.
Larrosa destaca: “Muchas veces nos dicen que no parece un Challenger. Buscamos darle nuestra impronta desde las propuestas de entretenimiento, la carpa VIP, el espacio para las escuelitas de tenis, la participación de los DJs, la pantalla gigante para que la gente pueda seguir los partidos desde el patio de comidas”. Es, en cierto modo, un ámbito de reunión social, que va de la mano con un cambio en el comportamiento de los espectadores. Ya no es tan habitual que el público observe un partido de punta a punta, y sí busca a veces un rato de esparcimiento durante la jornada.
Allí es donde también aparece el componente familiar: uno de los stands más concurridos, con presencia constante, era el que le permitía a los más pequeños tratar de embocar unas pelotitas para ganar premios. “A veces no necesitás algo complejo; a partir de un juego simple la gente se prende”, dice la directora. “Estamos más enfocados en lo familiar. Lo investigamos, es algo que vemos en todos los torneos a nivel mundial, hay una dinámica por la que la gente busca más entretenimiento, y por eso también los sponsors que nos acompañan buscan que el público visite sus stands y conozca sus productos”.
Desde lo deportivo, la ATP impone ciertas exigencias, con un estándar que apunta a las comodidades de los tenistas, que tengan un alojamiento acorde, sala de jugadores, vestuarios y disponibilidad de comidas. Larrosa comenta: “Cada certamen tiene su impronta. A los jugadores que vienen aquí les gusta el club, el entorno, que va creciendo. Desde el club tenemos un trato súper cálido, hace siete años que el torneo se juega acá –las primeras ediciones fueron en El Clú, en Saavedra-, y nos sentimos como en casa.

¿Se puede apuntar más alto? “Mucho más grande que esto no sé si se puede. Esto funciona así. Tuvimos un cuadro espectacular, con (Thiago) Tirante, con un jugador que fue Top 20 como Garin. Creo que hay un nivel de tenis brillante. Muchas veces los jugadores que fueron campeones aquí, luego tuvieron un año excelente. Ellos nos dicen que ganar este torneo les da un plus para sentir que se puede. Y la gente viene a ver tenis de buen nivel, más allá de los nombres”, responde Larrosa, que además es hija de Omar Larrosa, aquel volante campeón del mundo en el Mundial 78. Para los argentinos, es un certamen especial: desde el inicio, siempre hubo al menos un jugador de nuestro país en la final. Los que pudieron alzar el trofeo de campeón fueron Renzo Olivo (2016), Nicolás Kicker (2017), Sebastián Báez (2021), Juan Manuel Cerúndolo (2022), Mariano Navone (2023) y Francisco Comesaña (2024).
El grupo Torneos, además, tiene a su cargo el Challenger de Rosario, que se disputó en febrero y que está casi confirmado para 2026, y que tomó el lugar que la ATP le restó a Córdoba. Más allá de no contar con ese segundo torneo ATP que se realizaba en el predio del estadio Kempes, nuestro país ha crecido como plaza tenística. Mantiene el Argentina Open, torneo de la serie 250 del tour, y se disputaron los Challengers de Tigre, Rosario, Córdoba, Tucumán, Santa Fe y Villa María, y en esta semana, el de Buenos Aires. Y, charlas de por medio con la ATP, es muy probable que el torneo porteño continúe su tradición y siga en 2026.
El certamen que se juega en el Racket cumple diez años en el circuito Tenis

