• 21 de junio de 2025 14:33

Dos juicios, dos transiciones, a 40 años de distancia

Poradmin

Jun 20, 2025

Cuarenta años después de la condena a los comandantes de la dictadura, con la confirmación de la condena a Cristina Kirchner tal vez se haya completado, con las imperfecciones propias de todo proceso histórico, un ciclo de dos grandes hitos en este país en busca de una república.

Como en aquel juicio a las juntas, en esta condena a Cristina se tardará tiempo para poner en valor la dimensión de semejantes decisiones

Era impensable para el peronismo y para buena parte de la Argentina que los hombres fuertes del poder militar fueran procesados y condenados por delitos de lesa humanidad apenas restablecida la democracia, en 1983.

El peronismo creyó imposible que su jefa podría ser finalmente sentenciada por corrupción al final de una larga peripecia judicial y política que la Corte cerró una semana y media atrás.

Unos, gobernantes por la fuerza; Cristina, por el voto libre reestablecido una vez que el partido militar dejó de dar golpes de Estado. El juzgamiento de los que mandaban siempre es una prueba de fuego para todo sistema democrático.

Lejos de ser ejemplar, el Poder Judicial de estos días acaba de dejar una muestra concreta de que es posible ir a fondo.

Un mar de impunidad medió entre quienes condenaron a los jefes de la dictadura y quienes mandaron a la cárcel a una expresidenta elegida según las normas de la Constitución. Ese océano de expedientes cajoneados, de vista gorda, de intercambios de favores sigue ahí, mejor no olvidarlo.

Los pronósticos sobre el final de la vida política de la exvicepresidenta encontraron en el acto en la Plaza de Mayo una ceremonia del adiós

Como en aquel juicio a las juntas, en esta condena a Cristina se tardará tiempo para poner en valor la dimensión de semejantes decisiones.

Ajena a las interpretaciones históricas de su realidad, Cristina Kirchner preguntó el miércoles si podrá volver a salir al balcón del departamento en el que cumple su pena.

Ese arrebato desafiante, convertido en un escrito de sus abogados a los jueces que la condenaron es el registro documental de que la jefa del peronismo todavía no había terminado de asumir su nueva situación.

Una multitud sostenida por el empleo público, llevada por los restos del aparato peronista, escucharía horas después de la chicana por el balcón la voz de Cristina en un audio en el que profetizó nuevas catástrofes a un país ya empobrecido por dos décadas de populismo kirchnerista.

Los pronósticos sobre el final de la vida política de la exvicepresidenta encontraron en el acto en la Plaza de Mayo una ceremonia del adiós. Asistieron todos los incondicionales y también algunos dirigentes del peronismo que aspiran a heredar la jefatura. La gran familia peronista reunida para lamentar una ausencia significativa.

Es mejor no sacar esta conclusión sin dejar al menos de tener en cuenta que ningún dirigente político deja de ser lo que fue sin sufrir factores que no controla.

Además de una condena penal actual y las que pueden venir en otras causas por corrupción y del deterioro de su jefatura ajada por el tiempo y los fracasos en el poder, Cristina tiene todavía que sortear al menos otras dos espadas de doble filo.

En los costados dolorosos de la intervención de la motosierra anida la consolidación del voto clásico del peronismo, con o sin Cristina

Ventaja o derrota, está todavía por verse si el peronismo se abrirá a un proceso de cambio. Acaba de empezar un tiempo que Cristina sueña con emparentar al del Perón en el exilio. La realidad puede ser más cruel si dejan de atenderle el teléfono y si su hijo Máximo, nombrado delegado y tutor de su reclusión, es desconocido por el resto de los dirigentes peronistas.

La CGT entregó una primera señal de distancia. No hizo el paro que le reclamaba el Instituto Patria y se limitó a presentar sus condolencias. ¿Axel Kicillof esperaba recibir el miércoles saludos similares a los de Michael Corleone en el final de El Padrino? Esas congratulaciones tal vez empiecen a escucharse entre las paredes de la gobernación de La Plata. Dependerá de su capacidad de impulso político. “Donde hay que estar”, escribió en X Sergio Massa, siempre al salto por un bizcocho luego de participar de la marcha.

Es, sin embargo, todavía prematuro establecer si de verdad en el peronismo surgirá alguien que desplace a Cristina. Tal vez aparezca si, como temen los intendentes del conurbano, los libertarios ganan la elección anticipada en la provincia de Buenos Aires.

Habrá que ver si en los feudos que retiene el peronismo en algunas provincias los jefes locales atienden el llamado desde la prisión domiciliaria con la incondicionalidad de otras épocas.

La esperanza de Cristina reside más en la incapacidad de los peronistas para desafiarla que en sus actuales posibilidades de conductora.

Hay otro riesgo y a la vez oportunidad para la presa de Constitución (un nombre, un destino). Cristina profetizó el derrumbe del plan económico de Javier Milei como un reaseguro para su propia supervivencia política. Imagina que las masas irán a rescatarla si los libertarios fracasan en su intento de bajar la inflación, abrir la economía y abandonar el proteccionismo.

Ese juego de “él o yo” había sido también imaginado por el Presidente, que hubiese preferido a Cristina candidata antes que inhabilitada a perpetuidad para ejercer cargos públicos.

Cristina elude un hecho esencial. Nunca explicó ni se disculpó por la desastrosa realidad que ella construyó y que desató el hartazgo social que hizo presidente a Milei. La culpa es el otro.

El terremoto que dejó temblando al sistema político por el triunfo libertario habilitaba ese mano a mano buscado por Milei con la misma intención de Mauricio Macri, el otro presidente que también trató de definirse como lo contrario a Cristina Kirchner.

En los costados dolorosos de la intervención de la motosierra anida la consolidación del voto clásico del peronismo, con o sin Cristina.

Entre ambos populismos en el medio no hay otra cosa que un desierto con algunos dirigentes desorientados. Eso hace bastante probable que el juego de suma cero que implica una competencia entre dos implique la obligación para el oficialismo de no sufrir ningún cataclismo inesperado.

Cristina ya avisó que depende del fracaso de Milei y del largo sometimiento del peronismo a sus mandatos. También depende de un indulto. El peronismo siempre construye su propia autoindulgencia para perdonarse.

​Cuarenta años después de la condena a los comandantes de la dictadura, con la confirmación de la condena a Cristina Kirchner tal vez se haya completado, con las imperfecciones propias de todo proceso histórico, un ciclo de dos grandes hitos en este país en busca de una república.Como en aquel juicio a las juntas, en esta condena a Cristina se tardará tiempo para poner en valor la dimensión de semejantes decisionesEra impensable para el peronismo y para buena parte de la Argentina que los hombres fuertes del poder militar fueran procesados y condenados por delitos de lesa humanidad apenas restablecida la democracia, en 1983. El peronismo creyó imposible que su jefa podría ser finalmente sentenciada por corrupción al final de una larga peripecia judicial y política que la Corte cerró una semana y media atrás.Unos, gobernantes por la fuerza; Cristina, por el voto libre reestablecido una vez que el partido militar dejó de dar golpes de Estado. El juzgamiento de los que mandaban siempre es una prueba de fuego para todo sistema democrático. Lejos de ser ejemplar, el Poder Judicial de estos días acaba de dejar una muestra concreta de que es posible ir a fondo.Un mar de impunidad medió entre quienes condenaron a los jefes de la dictadura y quienes mandaron a la cárcel a una expresidenta elegida según las normas de la Constitución. Ese océano de expedientes cajoneados, de vista gorda, de intercambios de favores sigue ahí, mejor no olvidarlo.Los pronósticos sobre el final de la vida política de la exvicepresidenta encontraron en el acto en la Plaza de Mayo una ceremonia del adiósComo en aquel juicio a las juntas, en esta condena a Cristina se tardará tiempo para poner en valor la dimensión de semejantes decisiones. Ajena a las interpretaciones históricas de su realidad, Cristina Kirchner preguntó el miércoles si podrá volver a salir al balcón del departamento en el que cumple su pena. Ese arrebato desafiante, convertido en un escrito de sus abogados a los jueces que la condenaron es el registro documental de que la jefa del peronismo todavía no había terminado de asumir su nueva situación.Una multitud sostenida por el empleo público, llevada por los restos del aparato peronista, escucharía horas después de la chicana por el balcón la voz de Cristina en un audio en el que profetizó nuevas catástrofes a un país ya empobrecido por dos décadas de populismo kirchnerista. Los pronósticos sobre el final de la vida política de la exvicepresidenta encontraron en el acto en la Plaza de Mayo una ceremonia del adiós. Asistieron todos los incondicionales y también algunos dirigentes del peronismo que aspiran a heredar la jefatura. La gran familia peronista reunida para lamentar una ausencia significativa.Es mejor no sacar esta conclusión sin dejar al menos de tener en cuenta que ningún dirigente político deja de ser lo que fue sin sufrir factores que no controla. Además de una condena penal actual y las que pueden venir en otras causas por corrupción y del deterioro de su jefatura ajada por el tiempo y los fracasos en el poder, Cristina tiene todavía que sortear al menos otras dos espadas de doble filo.En los costados dolorosos de la intervención de la motosierra anida la consolidación del voto clásico del peronismo, con o sin CristinaVentaja o derrota, está todavía por verse si el peronismo se abrirá a un proceso de cambio. Acaba de empezar un tiempo que Cristina sueña con emparentar al del Perón en el exilio. La realidad puede ser más cruel si dejan de atenderle el teléfono y si su hijo Máximo, nombrado delegado y tutor de su reclusión, es desconocido por el resto de los dirigentes peronistas.La CGT entregó una primera señal de distancia. No hizo el paro que le reclamaba el Instituto Patria y se limitó a presentar sus condolencias. ¿Axel Kicillof esperaba recibir el miércoles saludos similares a los de Michael Corleone en el final de El Padrino? Esas congratulaciones tal vez empiecen a escucharse entre las paredes de la gobernación de La Plata. Dependerá de su capacidad de impulso político. “Donde hay que estar”, escribió en X Sergio Massa, siempre al salto por un bizcocho luego de participar de la marcha.Es, sin embargo, todavía prematuro establecer si de verdad en el peronismo surgirá alguien que desplace a Cristina. Tal vez aparezca si, como temen los intendentes del conurbano, los libertarios ganan la elección anticipada en la provincia de Buenos Aires.Habrá que ver si en los feudos que retiene el peronismo en algunas provincias los jefes locales atienden el llamado desde la prisión domiciliaria con la incondicionalidad de otras épocas.La esperanza de Cristina reside más en la incapacidad de los peronistas para desafiarla que en sus actuales posibilidades de conductora.Hay otro riesgo y a la vez oportunidad para la presa de Constitución (un nombre, un destino). Cristina profetizó el derrumbe del plan económico de Javier Milei como un reaseguro para su propia supervivencia política. Imagina que las masas irán a rescatarla si los libertarios fracasan en su intento de bajar la inflación, abrir la economía y abandonar el proteccionismo.Ese juego de “él o yo” había sido también imaginado por el Presidente, que hubiese preferido a Cristina candidata antes que inhabilitada a perpetuidad para ejercer cargos públicos.Cristina elude un hecho esencial. Nunca explicó ni se disculpó por la desastrosa realidad que ella construyó y que desató el hartazgo social que hizo presidente a Milei. La culpa es el otro.El terremoto que dejó temblando al sistema político por el triunfo libertario habilitaba ese mano a mano buscado por Milei con la misma intención de Mauricio Macri, el otro presidente que también trató de definirse como lo contrario a Cristina Kirchner.En los costados dolorosos de la intervención de la motosierra anida la consolidación del voto clásico del peronismo, con o sin Cristina.Entre ambos populismos en el medio no hay otra cosa que un desierto con algunos dirigentes desorientados. Eso hace bastante probable que el juego de suma cero que implica una competencia entre dos implique la obligación para el oficialismo de no sufrir ningún cataclismo inesperado.Cristina ya avisó que depende del fracaso de Milei y del largo sometimiento del peronismo a sus mandatos. También depende de un indulto. El peronismo siempre construye su propia autoindulgencia para perdonarse.  Ideas