Con la merma de la ficción en nuestro país, Carlos Santamaría se dedicó a hacer la locución de Canal Encuentro, donde trabaja desde hace casi veinte años, pero su pasión por la actuación siguió intacta por eso está entusiasmado con el estreno del film La herida, de Diego Gottheil, el próximo 6 de noviembre. LA NACION conversó con el actor sobre los cambios en la industria audiovisual, el difícil camino que enfrenta su hijo mayor, Félix Santamaría, que también quiere ser artista y la gran diferencia con sus comienzos. Además, habló sobre su gran historia de amor con Maia Guillem y recordó a su cuñado, el músico y poeta brasileño Vinicius de Moraes.
-¿De qué se trata La herida?
-Es un libro que el director había escrito hacía tiempo y lo rescató. Y mi personaje fue agregado después de tener la historia de la pareja protagónica, Junior Pisanú y Macarena Suárez, y me parece que le suma un montón. La herida habla de una historia de amor de juventud, llena de ilusiones y mucha pasión. Una historia inconclusa y es interesante porque todo el mundo tiene en su vida algún amor que no fue correspondido o que no resultó como uno pensaba. El tema nos atraviesa a todos. Tiene un buen nivel de actuación y está bien filmada. Tuvimos que ir a Villa Gesell y a Chapadmalal para hacer algunas escenas y es muy gratificante viajar para trabajar. Es como estar liberado de uno mismo…
-¿Cómo ves la situación en el mundo audiovisual?
-Es una época donde es muy difícil filmar… Esta película no tiene aportes del Estado, aunque se filmó en 2022. Me parece que tiene un mérito muy grande en la situación actual. Es más impactante ahora ver una película nacional independiente que hace cuatro o cinco años. El recorte así, a ciegas, no me parece que corresponda. Sí me parece que corresponde hacer un reordenamiento de las asignaciones para los distintos proyectos. Tiene que haber un replanteo en cuanto a quién recibe el dinero y por qué. La cultura aporta de otra manera, no es un negocio. Hay mucha gente joven con proyectos buenísimos que necesitan el aporte de dinero para poder concretar esos proyectos. Y me parece que el rol del Estado, en ese sentido, es muy importante. No hablo de tirar la plata, pero sí aportar a donde se necesita y a donde corresponde.
-Además, vivís ese tema de cerca porque tu hijo Félix es actor y tiene muchas menos oportunidades que vos a su edad…
-Correcto. Hoy no hay horizonte. No hay castings. La verdad es que es un panorama muy distinto al que tuve cuando arranqué y se filmaban películas y en televisión se producían tiras y unitarios en todos los canales. Ahora no hay absolutamente nada, contrariamente a lo que sucede en Brasil, por ejemplo, donde conviven las producciones de los canales de televisión con las plataformas; no dejaron de producir. Acá solo hay programas de chimentos y panelismo. La verdad que va bastante en contra de lo que es el sentido de la cultura en la Argentina.

-¿Y cómo lo contenés en ese sentido?
-Félix vive en pareja con su novia y se dedica a la panadería. Estuvo en Argentina 1985 y ahora estrena otra película. También hizo una obra de teatro hasta hace poco, Maldita. La va remando, pero le cuesta mucho. Yo antes hacía castings muy seguidos y ahora no hay nada. Él hace castings para publicidad, que tampoco hay muchos porque no hay ley de medios y todo viene de afuera. Antes, la ley de medios obligaba que se hiciera el 70% acá. Ya no.
-¿A qué se dedican tus otros dos hijos?
-Violeta tiene 26 y es diseñadora gráfica. Es muy buena cantante… Canta bárbaro, pero dejó el canto para terminar la carrera y le está costando un poco retomar. Y Ulises estudia Imagen y Sonido en la UBA. Los dos viven en casa porque no les da para irse a vivir solos. La verdad es que es una situación muy extraña, muy difícil de definir.
-¿Y vos qué hiciste en estos años?
-Acabo de filmar la película Lo dejamos ahí con Ricardo Darín y Diego Peretti para Netflix y hago la locución del canal Encuentro desde hace casi veinte años y eso me da mucho placer porque es una señal que inspira y aporta a la cultura. Además de otras locuciones que puedan aparecer. Esperemos que en algún momento esto levante y vuelva a ponerse todo en marcha.
-¿Tuviste que salir a buscar trabajo de otra cosa? Porque en otros momentos de tu vida estuviste en gastronomía…
-De joven fui uno de los dueños de Parrilla Rosa, que estuvo muy de moda, pero hace años que no tengo otra actividad. Antes vivía muy bien, aunque siempre tuve tres trabajos. No sé cómo hubiera hecho hoy con tres chicos en el colegio y todo lo que eso implica.
Una gran historia de amor

-Y tu mujer, Maia Guillem, ¿a qué se dedica?
-Maia es profesora de yoga y fue bailarina toda su vida. Tiene alumnos particulares y da clases en el estudio.
-Llevan 30 años juntos, ¿cómo nació tu historia de amor?
-Nos conocimos en una fiesta que hizo Dolores Solá, que es cantante, está en el grupo La chicana y muy amiga mía. Hacía una fiesta de despedida con una amiga que se iba a bailar a Suiza y ahí estaba Maia. Le pedí el teléfono y fue toda la persecución [risas]. Fue un flechazo. Nos casamos en el 1993.
-¿Cómo se sostiene una pareja de tantos años sin caer en la rutina?
-Encontrás un camino y sobre la marcha vas cambiando los rumbos. La convivencia es difícil con toda la cantidad de problemas que rozan a la pareja. Y la estabilidad económica también hace su parte porque cuando estás bien y podés hacer un viaje, le das un aire a la pareja. No tenemos ninguna fórmula, pero te vas acostumbrando a lidiar con estas cosas que son parte de la convivencia. Al mismo tiempo, si hacés un balance, hay una mayor parte de felicidad. Y los hijos son la zanahoria: verlos crecer, evolucionar. Todo eso te va llenando la vida de cosas lindas. Son parte del amor que sostiene todo.
El dolor del primer amor
-Y como en La herida, ¿tuviste algún amor de juventud que no olvidaste?
-Sí, absolutamente, y he sufrido por amor. Hoy no sé si fue amor, pero en ese momento lo sentís como un amor y es lo único que vale. Como decía Vinicius: “El amor que sea infinito mientras dure”. Es una frase maravillosa porque así lo sentís en ese momento. También lloré por amor, a lo mejor porque no me daban bola o porque habíamos cortado y pasaba por la puerta de la casa… Esa es la maravilla de la juventud, donde todo eso invade tu vida. También me han dejado y con los años analicé y tal vez no estaba tan enamorado. Esta película tiene que ver con el primer amor y con el amor intenso.
-Hablabas de Vinicius de Moraes, que fue tu cuñado durante algunos años. ¿Qué recuerdos te dejó?
-Mi hermana y Vinicius se conocieron en Punta del Este, se engancharon, mi hermana se fue a vivir a Brasil y yo la visitaba mucho y desarrollé una relación muy buena con él. Era un niño absoluto, un espíritu increíble: abogado, estudio en Oxford, hablaba varios idiomas, fue cónsul y ahí le dieron a elegir el servicio diplomático o las canciones. Escribió Orfeo negro, un libro que se adaptó para una película que ganó el Oscar a la Mejor película extranjera, fue amigo de Orson Welles. Realmente un tipo muy groso gracias a quien conocí a mucha gente. Un día, por ejemplo, fui a tomar el té a la casa de Jorge Amado, o venía a visitarlo Caetano Veloso. Íbamos a tomar copas al Copacabana Palace, lo acompañaba al Canecao, donde hacía un show con Jobin, que acababa de grabar con Frank Sinatra. Y también con Toquinho, Miucha, hermana de Chico Buarque. Era un show grande, con invitados los fines de semana, y fueron Oscar Peterson, pianista de jazz, y Roberto Carlos.
-¿Cuántos años tenías en ese momento?
-Yo tenía 18 años. Además me prestaba el auto y yo me sentía el rey de Río de Janeiro. La pasé genial en esa época. Teníamos muy buena relación y fue Vinicuis quien me dijo: “Vos tenés que ser actor, yo te pago los estudios de teatro en Buenos Aires”. Un tipo que le escribía al amor y tenía mucha sensibilidad. Muchas frases que decía me quedaron como enseñanza de vida como el amor que sea infinito mientras dure, o la vida es el arte del encuentro.
En una charla con LA NACION, el actor habló sobre el estreno de su última película, sus hijos y la relación con su mujer que nació hace 30 años Personajes

