El 30 de diciembre de 2024, Carca estuvo muerto durante cinco minutos. Después de diez meses de internación en el Instituto Cardiológico de Buenos Aires, el músico nacido como Carlos Carcacha entró al quirófano a reponer un corazón que ya no podía esperar más tiempo para ser reemplazado, consecuencia de una enfermedad congénita, el Síndrome de Marfan, con la que lidia desde el día en que nació.
La larga espera hasta la llegada de un donante puso en pausa la actividad de Carca y le impidió presentar en vivo Carcasutra, su octavo disco, que vio la luz durante su confinamiento. Quizás por eso, o simplemente motivado por la necesidad de seguir en movimiento, esa estadía hospitalaria de a poco comenzó a convertirse también en un espacio creativo, con su habitación convertida en un estudio improvisado en el cual trabajar con los instrumentos que se había llevado para no perder el contacto con sus armas de expresión masiva.
De a poco, esas ideas nacidas en la madrugada empezaron a tomar forma de canciones que comenzó a trabajar con su baterista y socio creativo Panky Malissia, primero a la distancia y luego codo a codo en el hogar de Carca una vez que recibió el alta. El resultado final de esa experiencia es EXULTANTE, un disco que no escatima en licks guitarreros, pero que también expande el universo sonoro para pasearse por el folk celta, ritmos de África occidental, beats electrónicos y hasta una balada eltonjohniana propulsada por un piano.

Y aunque el título del disco (con sus mayúsculas exclamativas) y algunas de sus letras parezcan ser fruto de esa experiencia, su autor busca ponerle paños fríos a esa lectura. “Yo siento la vida a través de la música y hacer discos, entonces pase lo que pase la pretensión y la necesidad de hacer un disco son constantes. En este caso, utilicé el tiempo dentro de una clínica, pero lo hubiese utilizado afuera de la misma manera”, dice Carca sobre el álbum que lo devolverá a los escenarios tras dos años de ausencia, este jueves 6 de noviembre a las 21 en La Trastienda (Balcarce 460, San Telmo). Después, hace una pausa y reflexiona sobre las circunstancias que dieron lugar a la novena pieza de su discografía: “Sí, tengo que aceptar que el choque, aunque no crítico, al menos desde mi lugar, fue y es muy útil y provechoso para sacudirme un poco de cierta laxitud en la composición o en el camino profesional entre comillas. Me promovió más la intención de registrar canciones, de concretar música, grabarla y editarla. Quería que no quedara en una idea, sino que viera la luz, que tuviera cierta inmediatez, y para eso me fue muy útil el empujoncito de la realidad. Pero en ningún momento me fue demasiado distinto a no haber estado ahí adentro, digamos. Seguramente saqué otra colección de conclusiones”.
–¿Habías tenido algún tipo de preaviso o te encontraste de repente en una situación límite?
–Mi vida es un constante preaviso. Es una consecuencia de un síndrome mortífero que es muy eficaz en su tarea de destruir y de degenerar, y no sabría describir claramente cómo es esto, porque para mí la vida es así. Es terrible buscar la definición filosófica o concreta de qué es vivir para uno. Yo no conozco otra manera que la mía porque uno transcurre sólo en sí mismo, y conozco y lidio con eso. ¿Qué quiero decir? No sé si algo es un preaviso, un aviso, una constante, un modus vivendi o una cotidianidad normal y común, porque para mí todo es normal y es común. Obviamente me pueden afectar cosas, me puede convidar circunstancias que sí me lleven a un lugar de más convulsión como en este caso. Tengo un corazón que se vio afectado de nacimiento, desde la gestación. Pero no es lo mismo un corazón de 12 años que uno de 53, que fue cuando pidió reemplazo. Yo tuve la dificultad de tener que contemplar cómo mi padre quedó ciego a los 40 años y cómo su vida se derrumbó y después floreció nuevamente gracias a su hidalguía y a su elevación espiritual. Sé lo que es eso en primera persona, pero no soy una víctima elegida del universo para hacerla sufrir. La vida me ha regalado mucho más de lo bueno que de lo malo. Lo malo son vicisitudes, a esta altura.

–Grabaste EXULTANTE durante tu internación. ¿Cómo fue hacer un disco en una clínica?
–Lo mismo que estando afuera, pero quizás con menos tiempo, porque tenía poquísimos momentos de intimidad. Me había llevado una guitarra, un iPad y un teclado, entonces en el iPad tenía todas la cajas de ritmos que te podés imaginar, que son las que finalmente quedaron en el disco, una colección de sonidos de sintes y un universo que para alguien que intentó meterse en la música en el 79 a los 9 años y atravesó todas las épocas… Antes tenías que tener una parafernalia grosa, ahora podés tener todo controlado por un tecladito y un iPad, eso me parece una oportunidad que hay que valorar y aprovechar.
–No te genera conflicto que sean la representación artificial de otro objeto…
–Para nada. Lo hablé con gente muy grossa del tema y los plugins de hoy en día llegan a ser incluso mejores que los aparatos originales. No solo no tengo conflicto, sino que doy gracias que no tengo que mandar una Space Echo a arreglar cada tres meses porque se le cortó la cinta. Yo he tenido amplificadores valvulares que los metí funcionando en el anvil y a la vez siguiente que los busqué ya no funcionaban más. Quizás no me copo tanto con un simulador de equipo, pero imaginate lo que es estar en tres metros cuadrados con auriculares y poder sonar fuerte con un stack Marshall de 2 cajas a todo volumen. Eso me parece espectacular, yo no sé si los jóvenes lo valorarán como la gente de mi edad. Quizás para ellos es algo re normal y está bien que así sea, para mí es magia.

–Tu colección de vinilos ocupa buena parte de tu living. ¿Tenés ese mismo vínculo con la música no tangible?
–Hay de todo, porque hay vinilos insuperables donde el remaster no colabora. En un momento de mi vida me enganché con buscar los first pressing de algunos discos, porque son los primeros 500 que se fabrican antes de que la matriz se empiece a gastar. Tengo A Night at the Opera y Sheer Heart Attack, de Queen y muchos otros de la música que me gusta. Yo escucho Tidal en la mejor calidad y a veces eso es imbatible, no encontré ediciones ni brasileñas ni inglesas ni estadounidenses de cosas de Tim Maia o Secos & Molhados que suenen como suena el archivo de ahí. No tengo un fanatismo boludo obcecado con una idea que no pueda moverse para el otro lado; lo que yo escucho bien en un formato lo escucho en ese. Puedo tener los vinilos pero no sé para qué, quizás por una cuestión materialista de mirarlos y saber que los tengo. Yo busco la magia que me ofrecía la música cuando se escuchaba música en mi casa, que eran equipos con cajas grandes, donde había un amplificador, un deck y una bandeja. Yo me encontré con la música así, ese es mi concepto de audio, que me devuelva la magia de mi niñez o adolescencia. No sé si es el mejor, elijo el que más me gusta.
–¿Cambió tu proceso creativo a partir de esta experiencia?
–Los timonazos que se pueden observar musicalmente hablando vienen de hace rato, creo que es una búsqueda que nace en Carcasutra, donde buscando un cambio y un paso más arriesgado que seguir con los ya dados empecé a experimentar con la composición desde otros instrumentos. Si pudiese desarrollar otras nuevas músicas desde la guitarra, bienvenido sea, pero no me es tan simple como agarrar otros instrumentos y eso me es más novedoso. En la guitarra tengo mucho por descubrir pero a veces eso se hace esperar porque no te juntás con alguien que te abre otro concepto. Creo que “Velo” puede salir de la investigación de la música africana, de Ali Farka Toure, de Bombino, esos bluesman originarios del tuareg (nota: un estilo musical de un pueblo nómada del Sahara que cruza rock y blues con música africana). Como soy un blusero empedernido, tuve la suerte de bucear en las raíces del género y di inmediatamente con el tuareg. Es una data de documentales, un estilo con el que hay que involucrarse y tener la osadía también de probarlo y, después, de hacerlo tuyo.
–El blues empieza ahí…
–El blues empieza ahí, después va a Estados Unidos y muchísimos años más tarde vuelve al verdadero original. Uno descubre estas cosas y las hace propias porque la manifestación individual es la que hace que eso se mantenga vivo. Si no, sos como un inglés haciendo blues. El blues blanco de finales de los 60 no me interpela, dio hermosos resultados con los Stones, es simpático y hay grandes guitarristas, pero a mí no me interpela. Me interpela el negro expresando su pesar, su condición.
–En eso hay algo también de cómo comenzó tu carrera solista, poniendo en valor música que en su momento no estaba de moda.
–En ese tiempo pasaba algo donde gente como Beck, Jon Spencer Blues Explosion y Beastie Boys estaban haciendo una cosa nueva con la música que ellos habían escuchado, pero con la irreverencia loca de pretender reinterpretarla a los tiempos que corrían en ese momento. Mi tema “Príncipe Oscuro” tenía Vox Dei, tenía surf; pero Vox Dei nunca hizo surf. Quizás el mix no es consciente o no tiene asidero en un deseo concreto, era una batidora inconsciente de lo que uno había escuchado. En ese disco también está “Mesías del encantamiento”, y es una balada de los 70 que por momentos parece Roberto Carlos, en otro Los Pasteles Verdes y no había una intención de nadie en sonar así, estábamos tocando una canción que decantó en eso sin ningún criterio. No había tiempo ni recursos para decir “Vamos a parecernos a”, para nada. Me parece que en los 90 pasó eso, había más ganas que recursos, y esas ganas envalentonadas no le tenían miedo a utilizar medios de grabación totalmente fuera de moda y estrafalarios.
–La idea de la muerte sobrevuela las letras del disco. En “Velo” se menciona al cielo, y la letra de “Drama” ocurre en un cementerio.
–Creo que hay casualidades que podrían sentirse como intenciones del supuesto concepto que uno crea en la subjetividad como oyente. “Velo” habla del alto contraste entre los que están dispuestos a pegar el salto de la unión y aquellos que no se preguntan nada, no saben adónde van ni quieren averiguarlo. Es una crítica social medio a lo Javier Martínez, con una invitación a un mundo donde estar unidos porque sería una fiesta, y no importa quien corra el velo de la realidad, mientras lo hagamos nosotros. “Drama” es directamente sobre el Día de Muertos mexicano. Tuve la suerte de vivirlo en muchas ocasiones y tengo amigos que han ido sin ningún pariente en el cementerio a clavarse en el medio de la cena a vivir esa cosa loca que muestra Coco, la película de Disney. Es mi Thriller, donde soy el espectador y un poco microprotagonista de una historia donde la cosa se puso rara, como un trip lisérgico pero real.
–¿De qué trata?
–De un tipo ve la tridimensión de este y otros planos donde una cobra le sonríe y los cuervos le graznan rock and roll; es un delirio. No tiene que ver con mi muerte, sino con el cuadro tan pintoresco que propone esa costumbre, que me parece alucinante. La muerte está siempre porque yo estoy hablando del otro lado, y eso quiere decir que hay una polidimensionalidad en donde una es esa, donde habitan los que no están habitando acá, sean entidades ancestrales o que nunca han encarnado, como te demuestran los enteógenos o las experiencias de conciencia extraordinaria y esas cosas. Toda mi obra está relacionada con este lado y el otro, es una repetición, hay un hilo conductor en casi todas las canciones. Quizás lo que he logrado es un poco perfeccionar la exposición de esa idea.

–La muerte se convirtió también en parte de la mitología de la cultura rockera…
–El imaginario de rock and roll ha hecho estragos con una mística constituida en una colección de boludeces abominables. Por accidente o por voluntad, es una lástima irse rápido con todo lo que hay por y para hacer. Me parece horrible eso de andar en personaje, no lo comparto. Primero porque lo pasé, segundo porque no conduce a ningún lugar feliz, y tercero hay que agradecer que en ese momento boludo de absoluto rock and roll, eso te pasó por al lado. ¿Te sacaste el gusto de ser un boludo? Qué bueno, ahora intentá ser un viejo piola, que exude no te digo sabiduría, pero sí gusto por el lado feliz de la vida. Hacer quilombo también te da felicidad, pero hay que hacer un equilibrio con la salud que tiene cada uno. Eso nos pone en diferentes lugares a todos. Alguien que llevó la vida de Charly García quizás se murió hace 40 años y Charly sigue vivo, a él le gusta eso y me parece hermoso. Es él, no se le puede objetar nada. Hay un sinfín variopinto de opciones: está el que va a fondo y no es feliz, está el que lo hace y en ese ir a fondo es feliz. No quiero juzgar, mi deseo es que todos seamos felices, pero eso a veces no va de la mano. Si vos te morís en tu ley, hermoso. Pero cuando la salud te pone en un lugar donde si vos seguís no tenés calidad de vida, eso es medio una desinteligencia.
–Durante muchos años te caracterizaste por ser muy confrontativo, algo que ya no forma parte de vos. ¿Qué cambió?
–Antes era un pelotudo que creía que merecía algo que no me daban, un error novato, egocéntrico, erradísimo y desubicado. Lo bueno es aprenderlo a tiempo, porque yo veo artistas ahora que tienen un un speech tan miserable con eso, en plan “la gente no se da cuenta que yo soy lo más”. Es un problemón, como esa frase de que el cliente tiene la razón, porque a veces uno tiene que vivir con la dicotomía de que mucha gente te dice que sos un genio, un maestro, un único, y eso después no se vea reflejado en tu heladera, tu cuenta bancaria o en tu colección de guitarras. Creo que quizás en algunos momentos me equivoqué grotescamente, lo asumo y agradezco haberlo visto; a veces lo que creemos o vemos como una especie de injusticia solamente son las vicisitudes de una industria mezquina e injusta. ¿Quién es qué o quién para reclamar algo que cree merecerse? Es un error primero de las malas economías, que te convierten en un joven resentido antes de tiempo por la falta de experiencia, y segundo porque uno también cree al principio que la irreverencia y una actitud punk de mierda te van a depositar en un mejor lugar. El shock y la controversia no tienen nada que ver con hacer música linda o no.

–¿Y cómo se forja eso?
–Cuando uno encuentra su música no se queja más, porque ahí entiende que lo que hace tiene consecuencias, y eso es lo maravilloso. Tiene consecuencias hermosas para muchos, y a veces tiene otras que son para con la industria, que contiene esa música que vos hacés. Que vos pretendas tener un público que no se correspondería jamás en número o estética con tu música significa que estás equivocadísimo. Cuando comprendí que mi música tenía un coto hermoso me dije: “Claro, qué boludo que fui”. Ves mucha tele, documentales y te creés que porque esto es bueno y le gusta a alguien saltás de ahí a Wembley. Uno es medio boludo con eso al principio, y ahora veo muchos músicos que dicen: “No, a mí la gente no me entiende”. Primero, la gente somos todos, no estás hablando de un grupo de seres ajenos a tu especie; y segundo, te entiendo tener la arrogancia del principiante, pero aplicala mejor. Es un hecho: la gente no te elige, no es que no te comprende. Podés ser uno mismo sin la arrogancia que te desenfoque de la astucia, de tener la cintura hábil de trabajar para ser mejor. A veces ser mejor no se trata de tocar más rápido, es componer más claramente, más cercano a la gente. Hay que trabajar para ser mejor, y en eso el enojo se te va, porque entendés; y cuando entendés, dejás de ser un boludo y de confrontar al pedo.
El cantante y guitarrista, histórico miembro invitado de Babasónicos, estuvo diez meses internado en el ICBA, donde le realizaron un complejo trasplante de corazón Música

