El verano de 1986 fue terrible para Jim Henson. Su película más ambiciosa, Laberinto, se estrelló contra las taquillas con una fuerza devastadora que nadie anticipó. Con un presupuesto de 25 millones de dólares, la cinta apenas recaudó 12.7 millones en Estados Unidos. Fue un golpe mortal para el maestro titiritero, que jamás volvió a dirigir un largometraje. Cuatro años después, Henson moriría sin saber que aquella película incomprendida se transformaría en uno de los clásicos de culto más entrañables de la historia del cine fantástico.

El desastre perfecto: cuando todo sale mal
Laberinto nació con todas las credenciales para triunfar. Jim Henson, creador de Los Muppets, dirigía. George Lucas producía. Terry Jones de Monty Python escribía el guion. David Bowie protagonizaba y componía la banda sonora. Jennifer Connelly, con apenas 15 años, interpretaba a Sarah Williams, una adolescente que debe rescatar a su hermano bebé de las garras del Rey de los Goblins, interpretado por Bowie. La producción fue una maravilla técnica: decorados impresionantes, títeres elaboradísimos, efectos especiales innovadores… Todo apuntaba al éxito.
Pero la realidad fue otra. Cuando Laberinto llegó a los cines estadounidenses en junio de 1986, la competencia la aplastó. Top Gun dominaba las salas. Karate Kid 2 arrasaba. La película de Henson debutó en octavo lugar y cayó a la decimotercera posición en su segunda semana. Los espectadores simplemente no acudieron. El fracaso fue tan contundente que la producción apenas recuperó la mitad de su inversión inicial.

Las críticas que destrozaron un sueño
Los críticos fueron despiadados. El Chicago Tribune llamó a Laberinto una película “horrible” con una “historia patética” y una “trama demasiado complicada”. El especialista en cine Roger Ebert le otorgó apenas dos de cuatro estrellas. Consideró que la película “nunca cobra vida realmente” porque transcurría en un “mundo arbitrario” donde los eventos carecían de consecuencias reales.
Jennifer Connelly sufrió ataques particularmente crueles. Los Angeles Daily News la tildó como “una joven actriz insulsa y mínimamente talentosa”. Otros dijeron que Connelly tenía “una voz chillona e irritante”. La crítica tampoco perdonó al legendario David Bowie, a quien algunos acusaron de simplemente “pavonearse por su guarida mirando solemnemente a la cámara”.

El marketing tampoco ayudó. Columbia Pictures promocionó Laberinto como una película familiar, pero su estética oscura, surrealista y perturbadora desconcertó a los padres. Nadie comprendía exactamente qué era esta película ni para quién estaba hecha.
El dolor de Jim Henson
Brian Henson, hijo del cineasta, recuerda que el fracaso de Laberinto marcó el período más oscuro en la vida profesional de su padre. “Fue el momento en que más se replegó en sí mismo y se deprimió”, confesó en entrevistas posteriores. Jim Henson había volcado toda su creatividad en este proyecto. Había fusionado fantasía y comedia, drama y música, títeres y actuación humana. Creía sinceramente que había creado “una obra realmente buena” que reunía todas sus virtudes artísticas.
El rechazo lo destrozó. Brian Henson culpa directamente a los críticos: “La audiencia la habría amado, pero simplemente no fueron a verla por culpa de las reseñas negativas”. Para Jim Henson, Laberinto representaba su único gran fracaso. En sus últimos días, antes de morir inesperadamente en 1990 por una infección bacteriana, consideraba aquella película como la única “gran aventura fallida” de su vida.

El milagro del VHS
Pero justo cuando Laberinto parecía condenada al olvido, ocurrió algo extraordinario. La película se estrenó exactamente en el momento en que el VHS comenzaba a revolucionar la forma en que el público consumía entretenimiento.
Embassy Home Entertainment lanzó Laberinto en este formato en 1987 y las copias comenzaron a circular en tiendas como Blockbuster. Las cadenas de cable la transmitieron con frecuencia. Los niños que se la perdieron en cines ahora la descubrían en sus casas.
El boca a boca funcionó de manera orgánica. Cada generación nueva de niños descubría la película. Las canciones de Bowie —como Magic Dance y As the World Falls Down— se volvieron pegajosas en retrospectiva. Los padres que habían evitado el cine ahora veían a sus hijos fascinados frente al televisor. La película vendió con éxito en formato doméstico y en el extranjero. En el Reino Unido fue número uno en taquilla durante la temporada navideña de 1986, con ingresos tres veces superiores a los films competidores.

El reconocimiento tardío
David Bowie fue el primero en notar el cambio. En 1992 confesó que lo reconocían más por Jareth que por su impresionante carrera musical. “Cada Navidad una nueva bandada de niños se me acerca y dice: ‘¡Oh! ¡Tú eres el que está en Laberinto!’”, comentó divertido. Jennifer Connelly experimentó lo mismo: “Todavía me reconocen por Laberinto niñas pequeñas en los lugares más extraños. No puedo creer que aún me reconozcan de esa película. Está en la televisión todo el tiempo”.
Jim Henson alcanzó a presenciar el inicio de este renacimiento. Brian Henson recuerda con emoción que su padre, antes de morir, “pudo ver todo eso y saber que era apreciado”. Henson supo que Laberinto había encontrado a su público, aunque fuera demasiado tarde para limpiar la herida del fracaso inicial. En sus últimos meses de vida, comenzó a comprender que aquella “aventura fallida” quizás no había fracasado tanto después de todo.

Un fenómeno cultural que perdura
Desde 1997, el evento anual Labyrinth of Jareth Masquerade Ball reúne en Los Angeles a miles de fans disfrazados. FanFiction.Net alberga más de diez mil historias inspiradas en la película. Tokyopop publicó una saga de manga secuela. Los Funko Pop de Jareth y Hoggle volaron de las estanterías.
La reevaluación crítica ha sido total: Rotten Tomatoes le otorga ahora 73% de aprobación. Los académicos estudian sus simbolismos de paso a la adultez. Los cineastas la citan como influencia fundamental.

Laberinto demostró que las películas tienen múltiples vidas. Lo que fracasa en cines puede triunfar en casa. Lo que la crítica destruye, el público puede rescatar. Jim Henson creó sin saberlo un testamento artístico que solo revelaría su verdadero poder después de su muerte.
Los críticos la definieron como “horrible”; sin embargo, Jim Henson sabía que había algo más; depresión, una partida prematura y una relectura triunfal Lifestyle

